El enfermero


Estábamos pitando en cuarteto cada uno su tabaco (suerte la nuestra) en un pabellón del Sauce mientras los otros nos envidiaban los puchos, yo ensimismado en mis pensamientos y ellos contando anécdotas de internaciones anteriores. Cuando de repente escucho: ¡mirá!. Giro la cabeza y veo al interno cama de por medio masturbándose con mucha fuerza, todos nos reímos y no fue idea de uno de ellos de llevar al “Nico” con colchón y todo a la sala de las enfermeras. Así lo hicimos, avanzando torpemente con el furioso onanista. Cuando llegamos a las enfermeras estas empezaron a gritar y nos fuimos corriendo a nuestras camas. Se rumorea de todo en el pabellón, pero algo pasó que nadie cuenta y es que a partir de ahí el nico andaba con puchos y galletas ópera, bienes supremos en una internación. Uno de ellos quiso imitar al “Nico” y empezó a masturbarse, pero esta vez cuando lo llevamos estaba solo el enfermero Juan. Al otro día del plagio de “Nico” estuvo callado. Así pasaron las semanas, sin que hablara, cuando en una de esas luego de mi alta fui al sauce para la atención ambulatoria y me encuentro a uno de los ex compañeros de pabellón y me cuenta que perdió la hombría el que se hizo el vivo imitando al “Nico”.

 

Luego de un tiempo me encontraba en un camino que acompañaba el río, bajo matas de yuyos propios de la humedad y flores silvestres caminé junto a ella, iríamos de la mano si las piedras no lo imposibilitaran. Pasamos la vieja parroquia y nos adentramos campo abierto. En una roca grande me apoyé y sin ropa se sentó encima mio. Terminada la erótica actividad, tomamos unos mates. Me contó de sus ganas de volver a la facultad y terminar la carrera mientras yo le hablaba de mis proyectos. Uno de esos proyectos era algo vinculado a mi niñez y que el paso por la parroquia me hizo recordar. Pasaron los meses luego de ese caminar en la montaña y pase por el sauce mientras la boca se me hacia agua de venganza por aquel interno abusado. Pregunte en portería si estaba el enfermero Juan y me dijeron que si, le dije que era un ex interno que quería agradecerle a Juan por lo hecho en  antaño. Me hicieron pasar y lo espere en el patio a la sombra de un olmo. Al llegar Juan le di la mano moviendo mis dedos rasgando su palma. El enfermero reconoció al acto mis intenciones y me llevó a su habitación. Se desnudo y le mostré la soga con la que quería hacer juegos mientras lo penetraba. Lo ate a la cama. Una vez inmovilizado le corte las pestañas y luego el miembro viril. No podía gritar con su sabana amordazándolo. En eso escucho unos gemidos, venían del baño: había un interno encerrado. Lo deje adentro para que no viera nada. Mientras lo rebanaba golpeo el portero, al no saber que hacer lo golpeé con un ladrillo dejándolo inconsciente y luego hice un gran corte en el cuello de Juan y puse el cuchillo en la mano del portero no sin antes cortarle las muñecas. Limpié todo rastro y me fui. A los días participé de la santa misa que se realizaba en la parroquia del hospital por el eterno descanso de Juan, que además de ser enfermero del hospital  era un gran colaborador de cáritas. Un hijo de puta menos en una institución llena de hijos de puta. 

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