Adagio
Fue una tarde lluviosa cercana al otoño, luego de unos mates me fui de la
casa de mi amigo y mientras esperaba el bondi veo que una moto pasa un audi
blanco en una maniobra riesgosa, llevando un porrón en la mano y con la otra
manejando la moto, luego pasó el auto y le hice con la mano como que estaba loco y ella que
conducía el audi blanco me hizo seña con la cabeza que sí. A los segundos veo
que hace marcha atrás, baja el vidrio y me dice: vas al centro? A lo que no
supe responder rápidamente pero le dije sí antes de terminar de pensarlo.
Íbamos callados en el audi, le pedí permiso de poner música con el celu y puse
el adagio del quinto concierto para
piano de Beethoven, me dijo que como había adivinado que ella era pianista a lo
que le respondí que no sabía y que lo puse por que me encanta. Le dije que yo
había tocado en la filarmónica y en la sinfónica como trompetista antes de mi
actual esquizofrenia, que ahora vivía de una pensión por discapacidad. En
serio? Me dijo, sí le respondí. De repente todo dio un giro mientras la noche
le hacía prender los faroles. Que haces ahora? Tenés un rato? Sí, obvio le
dije. Viró el auto hacia la ruta que va a la montaña. Puso el celular para que
se escuchara en los parlantes del auto y eligió una compilación de Martha
Argerich mientras estacionaba cerca del lago a lo que siguió un jetazo que me
dejó lleno de baba la boca. Todo fue arrebatado como si las manos de Argerich
sobre el teclado ensimismado en Rachmaninov fueran mis manos que una se hundía
debajo de su corpiño que ella se había levantado mientras mi boca lo chupaba
todo y la otra se hundía en sus
calzones entre sus piernas. Conjuraron mágicos elementos: la música elevada, el
erotismo, la sensación de que pudieran vernos haciendo de esa noche; una de las
que más viví si por vida entendemos no la monotonía sino lo sorprendente, lo
que está fuera del plan, aquello que nos hace renacer la esperanza cuando los
momentos de penuria existencial nos invaden. Hundió la cabeza en mi bragueta y
mientras le acariciaba el pelo sentía el aire fresco de la montaña y los
acordes de un compositor al que mi cabeza dedicada a la prosaica pero hermosa
experiencia del sexo no alcanzaba a discernir, me dejo en casa pero a mi pedido
de su número dijo que no, que éramos muy distintos. La música une lo que la
sociedad divide.
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