Caída
Caigo en la memoria: esa laguna hechizada de profundidades inabarcables, me hundo en ella y habito extrañas latitudes iluminadas por aquietados astros y extintas estrellas. Mis pies arden al pisar la marchitada corteza, mis ojos cerrar no puedo, mi boca sólo recita antiguos poemas ya olvidados mientras que mis oídos oyen la guitarra de mi viejo. En un paraje incierto hayo mi niñez, en otro mi juventud y ambos me son incomprensibles, todo es húmedo y salado, las lágrimas pretéritas lo han destinado así. Avanzo un poco más y se yergue ante mi una torre donde habita ella, la mujer que amo obligada al encierro. Subo por las quebrantadas escaleras y cuando voy a abrazarla se desvanece. ¿Es acaso que el amor se me ha vedado? Abandono el calabozo y dejo el extraño país de mi memoria para ser yo de nuevo, pero cuando salgo de la laguna me encuentro en un océano de existencia que me oprime más todavía que la profundidad de la laguna y es así como vivo, como un sempiterno náufrago de agitadas aguas, que de vez en cuando goza del inexplicable placer de volver al pasado, a lo ya vivido pero no olvidado.
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